La ciencia ficción española de principios del siglo XX
aparece en ocasiones ligada a los movimientos del socialismo utópico.
Las utopías del porvenir son muchas y generalmente ligadas mas a los
cambios sociales que a los tecnológicos. En los estudios realizados
por el Dr. Jaureguizar1
se observa como los escritores analistas usaban las proyecciones
sociales a futuro para desarrollar sus teorías sobre la utopía
social. De todas éstas las utopías anarquistas son moneda común.
En ese contexto, y utilizando los mismos recursos literarios, Luís
Antón del Olmet crea una novelette
que es todo menos utópica, siendo realmente una distopía2
moralizante.
Luis Antón del Olmet fue un personaje de lo más
controvertido y curioso. Nació en Bilbao en 1886 y murió en 1923,
en Madrid, asesinado por un amigo como consecuencia del disparo de
éste. El motivo del asesinato no fue otro que los celos
profesionales y la disputa por una mujer. Pertenecía a una familia
aristocrática y estudió Derecho, aunque ejerció como periodista y
escritor, siendo fundador del periódico El
Parlamentario y director de El
Debate, posteriormente sería cronista de
ABC. Durante la Etapa de Eduardo Dato al frente del gobierno en 1914
fue elegido diputado por Almería, cargo que ocupó hasta 1916. El
Parlametario, un periódico ultraconservador,
fue acusado de utilizar los fondos del Ministerio de la Gobernación
para su mantenimiento. La respuesta de del Olmet a esta acusación
fue retar a duelo al director de La Tribuna,
duelo que se saldó con una herida en la cara de Cánovas, el
director rival.
Decepcionado con la política, y con los que él suponía
que lo habían traicionado, se volvió más izquierdista y El
Parlamentario, en 1918, se convirtió en
defensor de la clase obrera y de la lucha por la autonomía gallega.
En esta etapa de su vida concibe varias obras de teatro y se lanza a
una importante actividad periodística colaborando con varias
revistas y periódicos de la época. En 1923, como ya he contado, fue
asesinado por su amigo Alfonso Vidal con el que mantuvo una disputa y
que terminó con un disparo del segundo en el pecho del primero.
Para finalizar con esta corta biografía, reflejo aquí
la descripción que de él hizo Rubén López Conde3:
Olmet, amén de excelente escritor y periodista, fue un
hampón de rompe y rasga, corrupto, pérfido y bronquista, rebajado
por la fuerza superior de su genio turbulento (y su particular
sentido de la justicia) a personaje central de un folletín de tintes
siniestros.
LA
VERDAD EN LA ILUSIÓN
Antón del Olmet fue un autor prolífico pero como autor
de ciencia ficción -o mejor de proto-ciencia ficción-, que es lo
que nos interesa, tiene publicada una única obra titulada La
verdad en la ilusión. Naturalmente la
estudiamos como perteneciente al género a posteriori, pues en el
momento de escribirse el concepto, la etiqueta, no existía y en todo
caso podría decirse que era una fábula futurista para la época. Se
publicó en 1912 en la revista Los
contemporáneos en
su nº 204 del 22 de noviembre. Las ilustraciones
fueron de Fernando Fernández Mota. En aquella época, poco más de
un siglo, su precio era de 30 céntimos, de peseta que no de euros4.
En 1912 España vive un auge del sindicalismo y de los
movimientos obreros. La tardía llegada al país de la revolución
industrial provoca que estos movimientos, sociales presentes en
Europa en el Siglo XIX, se desarrollen activamente en estas primeras
décadas del XX en España. Las prácticas abusivas de la patronal y
su resistencia a estos movimientos, así como la oposición de la
oligarquía y el clero –con la connivencia de los gobiernos
conservadores y la propia monarquía-, hacen que se produzca un
estallido de violencia social extrema, cuyo punto de inflexión puede
ser la denominada semana trágica
de Barcelona en 19095.
En el año de publicación de la novela el pensamiento
político de Antón del Olmet es muy conservador por lo que el texto,
que a primera vista puede ser catalogado como utópico se convierte
en una sátira mordaz de esas sociedades idílicas que preconizaban
sobre todo los movimientos anarquistas. La narración está contada
por Domingo
Beltrán, un madrileño que es víctima de un terremoto que destruye
la ciudad y queda en un estado de suspensión. Se despierta entre
momias, en un museo, transcurridos 400 años y se encuentra con una
sociedad totalmente diferente a la suya. En ese remoto tiempo, los
seres humanos han perdido el pelo y los dientes pues no los necesitan
para nada. El individuo 1.111.111., carecen también de nombre y
apellidos, le sirve de cicerone en este extraño nuevo mundo. La
sociedad se ha convertido en mundial, desconociéndose las fronteras
y los países. Todos hablan español, cosas del orgullo patrio del
autor, y carecen de pasiones. Indudablemente el comportamiento lógico
del personaje futuro anticipa el de los vulcanianos de la serie Star
Trek.
El terremoto que
condenó a Beltrán a la “hibernación” fue causado por una serie
de atentados anarquistas que, simultáneamente, destruyeron la mayor
parte de las ciudades del mundo. De la destrucción resultante surgió
las semillas de es nuevo mundo. Antón del Olmet explica que los
“líderes de esta operación” quedaron a salvo, mientras que los
“mártires” son venerados como héroes. La socarronería está
perfectamente delimitada en estas palabras del futuriano.
En esa sociedad, al
modo y manera de Un
Mundo Feliz
sólo que 20 años antes, los hijos son diseñados para ser médicos,
ingenieros o ferroviarios. Sobre el amor y la pareja dice
textualmente:
La boda, no. La paternidad, a medias. Un ciudadano del siglo actual
sabe que cuando los hombres eran bárbaros cortejaban a las mujeres,
las perseguían, pillaban catarros bajo sus balcones, se casaban con
ellas. Eso pertenece a un pasado pintoresco y lírico, realmente
despreciable y ruin. Ahora, un hombre consciente sabe qué es una
mujer, en qué consiste una mujer, la analiza, la ve en todas sus
entrañas, en todas sus células. No puede amarla. Se limita a
comprenderla. ¿Sería posible que el anatómico, imbuido en sus
experimentos, le cantara endechas al músculo animal que tiene ante
su catalejo?
—Entonces, ¿cómo
hacen ustedes el amor?
—Lícitamente.
Nos acercamos a una mujer y le decimos:
«Señorita, ¿se prestaría usted a tener conmigo un hijo varón,
rubio, de ojos azules que llegue a ser, andando el tiempo, un gran
matemático?».
La comprensión del otro, la absoluta comprensión,
produce el tedio y el desdén. Por contraposición a esta idea, las
mujeres como desconocidas son mucho más deseables al menos para el
autor.
En esa sociedad no se posee nada, todo es de todos y el
trabajo es el que ennoblece al individuo y el que produce unos
créditos que permiten adquirir las túnicas que visten y las
píldoras que ingieren como único alimento. En palabras de
1.111.111:
Se anuló el dinero… ¿Para qué traficar donde no hay salsa en qué
pringarse? La falta del dinero hizo absurdo el cargo de gobernador.
Pero la respuesta de Beltrán a esta afirmación,
supongo que es el propio pensamiento de Del Olmet, es muy
clarificadora:
Yo pensé tristemente en la ñoñez de una pobre nación donde no es
posible tener distrito ni enriquecerse con la política. ¡Yo que
había soñado más de una vez con dedicarme a republicano para que
me asignasen alguna bonita cantidad en el ministerio de la
Gobernación!
Dada las características del escritor y sus constantes
cambios políticos acercándose a quién le pudiera proporcionar
beneficios no resulta extraña la reflexión del viajero en el
tiempo.
Los logros tecnológicos son impresionantes. Los
aeroplanos muy evolucionados son el medio de comunicación más
utilizado, siendo muy rápidos. Pero el autor también anticipa el
teléfono móvil y el mando a distancia
Sacó un teléfono sin hilos de una faltriquera, habló con los
aires, descendió un aeroplano hasta nuestros pies, subimos, y
atravesamos el éter.
Esa sociedad hipercivilizada está en contacto con otras
inteligencias del universo y espera la visita de un marciano, cosa
que ocurre en el capítulo final. Los marcianos son inmortales,
acumulan todos los conocimientos y sin embargo se aburren, se aburren
mortalmente. A la pregunta de Beltrán si son felices, el marciano se
echa a llorar y afirma que no, que son profundamente desgraciados.
La fábula moral está bien clara: la sociedad
evolucionada que desemboca en el anarquismo o el marxismo resulta a
la postre muy triste y sin ningún tipo de alicientes. No importa que
todos vivan bien, que no haya desigualdades, lo importante es
precisamente lo intrínsicamente desagradable que resulta esa
igualdad. No se puede ni siquiera llegar a concebir que la igualdad
sea siquiera una aspiración plausible.
Ciencia ficción primitiva que no se acerca a lo que
ahora entendemos por ella, pero que nos ofrece una idea de lo que a
principio del siglo XX se pensaba, y lo que es más importante:
aunque no dejara huella y no podamos ni siquiera hablar de
inspiración anticipó alguna que otra distopía mucho más famosa.
1
Agustín Jaureguizar es uno de los mejores
expertos en la proto-ciencia ficción española. Muchos de sus
ensayos están referidos a las utopías sociales de finales del
siglo XIX y principios del XX. Ha firmado muchos de sus ensayos con
el seudónimo de Augusto Uribe.
2
Distopía es lo contrario de Utopía. La sociedad distópica se
define como algo indeseable en sí misma. Ejemplo paradigmático de
sociedad distópica es la creada por Orwell para su famosísima
1984.
3
Luis Antón del Olmet o la incuria de los tiempos pp12 en La
Verdad en la Ilusión. Ginger Ape Books&Films, 2013.
4
El salario diario en la industria era para los varones de 2,9
pesetas de media, unas 90 pesetas al mes. Para las mujeres
aproximadamente la mitad.
5
Los incidentes de Barcelona se debieron en origen a la recluta
forzosa de soldados de reemplazo destinados a reforzar Melilla. Una
huelga general el 26 de julio de 1909 desencadenaron la represión
del gobierno al declarar el estado de guerra en la ciudad y
posteriormente en toda Cataluña.
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