Minotauro publicó el
mes pasado la última novela de José Carlos Somoza que, una vez más, entra de
lleno en el género de ciencia ficción. Es curioso como un autor que ha tocado
tantas veces el género, tiene verdaderos problemas en decir que algunos de sus
libros son pura ciencia ficción. De sus 18 novelas publicadas 5 de ellas
pertenecen al género, mas dos que pertenecen claramente. Clara y la penumbra, Zigzag,
La llave del abismo y El cebo son sus incursiones en el género
y ahora nos llega esta última La cuarta
señal.
Resulta interesante señalar que Somoza ha intentado, y
conseguido, cambiar de escenarios y de premisas en todas sus novelas, siempre
utilizando los recursos de la novela policiaca. En todas las anteriores obras
la investigación policial, o detectivesca, se encuentra presente en mayor o
menor medida. De este modo su adscripción temática puede ser ambivalente entre
el género negro y de ciencia ficción; Somoza se encuentra muy a gusto dentro en
el primero y no lo oculta en ninguna de sus obras.
Otra característica en toda su obra, al menos en la de
género, es su absoluta habilidad para inventar tecnologías futuristas muy
interesantes. El arte hiperdramático, la
técnica policial psinoma o la tecnología del viaje en el tiempo son algunos
de sus curiosos nichos tecnológicos, que
se hacen muy creíbles y plausibles en el contexto en que las utiliza. Además,
forman parte del novum de la obra, de modo que ésta no puede existir sin
aquella.
En esta novela que nos atañe vuelve a crear un universo
particular que se desarrolla paralelamente en el mundo real y en un mundo
global virtual. Es evidente que esto no es nuevo en el mundo de la ciencia
ficción. Sólo por recordar algunos de esos escenarios tenemos a la siempre
nombrada Matrix, y sus
continuaciones, y también la excelente Nivel
13 dentro de la producción cinematográfica, respecto a la literatura no
puedo dejar de nombrar Ciudad Permutación,
de Greg Egan o, yendo mas atrás en el tiempo, uno de los relatos protagonizados
por Ijon Tychy el antihéroe creado por Stanislav LEM. En todas ellas se trata
el tema de la realidad virtual y de la imposibilidad, en determinadas
circunstancias, de diferenciar lo real de lo irreal.
La historia que narra Somoza se centra en dos protagonistas,
o tres en puridad, incursos en este universo virtual llamado Órgano. El primero
de ellos es un adolescente experto en informática con varios avatares entre los
que se encuentra el de detective. La segunda, es María, una recién llegada a
Órgano, que utiliza un cuerpo muy voluptuoso y sexi. La hija de ella se va a
convertir en una llave para la
manipulación de la realidad virtual y La
conquista del mundo (sic). Como es lógico, y previsible, los protagonistas
se verán envueltos en una trama de penalidades para desenmarañar el misterio
que se basa en una antigua profecía y ese mundo virtual.
Resulta muy interesante que, una vez más, Somoza diseñe una
tecnología novedosa para sustentar su historia. En este caso se le ha ocurrido
crear la realidad virtual a través de la música de Bach. Una codificación
adecuada de las ecuaciones que diseñan el universo virtual permite que éstas
puedan expresarse mediante la música de J.S. Bach. Es una explicación pobre,
desde luego, pero que resulta curiosa en origen. Y es pobre porque
precisamente, y por necesidades del guión no lo niego, se ciñe todo a la Bach
cuando debería haberse ajustado a cualquier música. ¿Por quñé Bach sí y
Beethoven no? Pero claro, puesto que uno de los variados deus ex machina es esa
profecía relacionada con el músico, no podía hacer otra cosa para intentar
encajar el puzle.El tema de la influencia de la música en las personas ya lo
había tratado el autor en La dama nº 13,
en la que las brujas influenciaban a sus víctimas mediante recitados y canciones. Esto, que funcionaba
bien en un entorno de magia y fantasía, no parece tan oportuno en una historia
de ciencia ficción, sobre todo si se mezcla con una especie de predestinación o
magia ancestral. En Alias resultaba, aquí no tanto.
Por otra parte los personajes no parecen mostrar todo su
potencial a lo largo de la novela. Apenas conocemos sus motivaciones, salvo la
protagonista que pretende salvar a su hija de un destino impuesto. Todos los
demás son excesivamente difusos. ¿Qué mueve al villano oculto –casi un doctor
maligno- a montar ese espectáculo para apoderarse de Órgano? ¿No existe algún
tipo de protección policial virtual en este entorno? Es más, ¿cómo es posible
que no se tenga control sobre el mismo una vez que éste se ha desarrollado? Hay
una serie de incoherencias internas que molestan al lector que espera
explicaciones que no existen.
A su favor hay que decir que el libro se lee muy fácilmente
y que como obra de fantasía funciona a ratos, aunque se diría que el autor ha
intentando mezclar demasiadas cosas y el cóctel resultante le ha salido
bastante insípido.
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