viernes, enero 03, 2014

El camino de baldosas amarillas.



 
El camino de baldosas amarillas.
Juan de Dios Garduño Cuenca.

 El título de esta novela, tercera del autor después de El caído e Y pese a todo, nos retrotrae al maravilloso mundo de Oz, pero no se dejen engañar porque el marco que nos propone Garduño Cuenca no es nada maravilloso y sí sórdido y desasosegante.

Mi primera impresión al empezar a leer la novela fue de fluidez, de absorbente fluidez realmente. La lectura es de una intensidad tan brutal que no permite pausas al lector. Llegas apabullado a algunos pasajes de la novela esperando que esta discurra por otra senda diferente, entre otras cosas porque te encariñas con los personajes, con algunos no con todos.

No me gustaría desvelar nada de la trama de la novela, pero si habría que decir que nos encontramos en la posguerra española, cuando las tropas del dictador Franco han vencido y aplastado a la República. La represión es moneda común y la prepotencia de los vencedores se impone a la población. Es ahí cuando aparece nuestro protagonista, un joven –casi niño- de 12 años llamado Torcuat

o entra en acción para rebelarse contra la barbarie. Su rebeldía le llevará a un oscuro psiquiátrico –manicomio en la notación de la época- regentado por un extraño, y peligroso, director y una monja no menos desagradable. Es en este centro, mas una cárcel que un sanatorio, donde el protagonista, acompañado de otros internos, conocerá el secreto del hospital que no es nada agradable.

Pero olvidemos el argumento, para centrarnos en la obra en sí. Debo confesar que nunca me han gustado los protagonistas niños en las obras de ficción. Y no me gustan porque, en la mayoría de los casos, los autores creen que éstos reaccionan y se comportan como adultos. Y un niño nunca se comporta así. Por tanto en esta novela mis prevenciones eran a priori máximas. Sin embargo tengo que decir que Garduño realiza muy bien su labor y, afortunadamente, Torcuato desarrolla una personalidad y unas acciones lo suficientemente creíbles para que convenzan de su plausibilidad. Torcuato ha estudiado, al menos algo lo que en su entorno es mucho, es amante de la lectura y muy inteligente. Además del dibujo del personaje principal, sus compañeros de asilo poseen algunas características muy relevantes. Cada uno de ellos es un mundo diferente en su locura: desde la chica que enamora a Torcuato, Agnus, hasta el más que interesante David Copperfield, un entrañable loco que cree ser el personaje de Dickens.

La ambientación es uno de los puntos fuertes de esta historia. El hospital es perfecto para crear el clima de angustia que se destila por todas las página. Como escenario principal no puede ser más tétrico y ajustado a las vicisitudes de los protagonistas. Pero no es el único, ya que al principio de la historia la pobreza y la sordidez se ven enmarcadas en la vivienda de una familia de aparceros que sobreviven a duras penas obedeciendo las órdenes de los amos y de sus perros guardianes en forma de guardias civiles. Si visualizan Los santos inocentes o El laberinto del Fauno tendrán una idea aproximada de lo que les estoy describiendo. Desde luego es indudable que Garduño tiene una gran vista cinematográfica para describir sus escenarios.

Esta es una novela de horror más que de terror. Digo esto último, porque mientras que en el terror el lector sabe de la imposibilidad de que lo que ocurre, el horror permite atisbar que lo narrado puede llegar a ser posible. Esto último es mucho peor porque permite visualizar la miseria humana y lo terrible que somos como especie. Es curioso pensar que, incluso sin el componente sobrenatural –que lo hay-, la novela funciona como una terrorífica propuesta. En este aspecto hay que darle las felicitaciones al autor por haber creado una gran historia que no deja indiferente.  

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