El camino de baldosas amarillas.
Juan de Dios Garduño Cuenca.
El título de esta novela, tercera
del autor después de El caído e Y pese a todo, nos retrotrae al
maravilloso mundo de Oz, pero no se dejen engañar porque el marco que nos
propone Garduño Cuenca no es nada maravilloso y sí sórdido y desasosegante.
Mi primera impresión al empezar a
leer la novela fue de fluidez, de absorbente fluidez realmente. La lectura es
de una intensidad tan brutal que no permite pausas al lector. Llegas apabullado
a algunos pasajes de la novela esperando que esta discurra por otra senda
diferente, entre otras cosas porque te encariñas con los personajes, con
algunos no con todos.
No me gustaría desvelar nada de
la trama de la novela, pero si habría que decir que nos encontramos en la
posguerra española, cuando las tropas del dictador Franco han vencido y
aplastado a la República. La represión es moneda común y la prepotencia de los
vencedores se impone a la población. Es ahí cuando aparece nuestro
protagonista, un joven –casi niño- de 12 años llamado Torcuat
o entra en acción
para rebelarse contra la barbarie. Su rebeldía le llevará a un oscuro
psiquiátrico –manicomio en la notación de la época- regentado por un extraño, y
peligroso, director y una monja no menos desagradable. Es en este centro, mas
una cárcel que un sanatorio, donde el protagonista, acompañado de otros
internos, conocerá el secreto del hospital que no es nada agradable.
Pero olvidemos el argumento, para
centrarnos en la obra en sí. Debo confesar que nunca me han gustado los
protagonistas niños en las obras de ficción. Y no me gustan porque, en la
mayoría de los casos, los autores creen que éstos reaccionan y se comportan
como adultos. Y un niño nunca se comporta así. Por tanto en esta novela mis
prevenciones eran a priori máximas. Sin embargo tengo que decir que Garduño
realiza muy bien su labor y, afortunadamente, Torcuato desarrolla una
personalidad y unas acciones lo suficientemente creíbles para que convenzan de
su plausibilidad. Torcuato ha
estudiado, al menos algo lo que en su entorno es mucho, es amante de la lectura
y muy inteligente. Además del dibujo del personaje principal, sus compañeros de
asilo poseen algunas características muy relevantes. Cada uno de ellos es un
mundo diferente en su locura: desde la chica que enamora a Torcuato, Agnus,
hasta el más que interesante David Copperfield, un entrañable loco que cree ser el personaje de
Dickens.
La ambientación es uno de los puntos
fuertes de esta historia. El hospital es perfecto para crear el clima de
angustia que se destila por todas las página. Como escenario principal no puede
ser más tétrico y ajustado a las vicisitudes de los protagonistas. Pero no es
el único, ya que al principio de la historia la pobreza y la sordidez se ven
enmarcadas en la vivienda de una familia de aparceros que sobreviven a duras
penas obedeciendo las órdenes de los amos
y de sus perros guardianes en forma de guardias civiles. Si visualizan Los santos inocentes o El laberinto del Fauno tendrán una idea
aproximada de lo que les estoy describiendo. Desde luego es indudable que
Garduño tiene una gran vista cinematográfica para describir sus escenarios.
Esta es una novela de horror más
que de terror. Digo esto último, porque mientras que en el terror el lector
sabe de la imposibilidad de que lo que ocurre, el horror permite atisbar que lo
narrado puede llegar a ser posible. Esto último es mucho peor porque permite
visualizar la miseria humana y lo terrible que somos como especie. Es curioso
pensar que, incluso sin el componente sobrenatural –que lo hay-, la novela
funciona como una terrorífica propuesta. En este aspecto hay que darle las
felicitaciones al autor por haber creado una gran historia que no deja
indiferente.
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