Stalker,
picnic extraterrestre, es uno de los grandes
clásicos de la ciencia ficción rusa, y de la ciencia ficción mundial de todos
los tiempos. Los hermanos Arkady y Boris Strugatsky han representado una manera
de entender el género muy diferente de las formas habituales occidentales. Su
primera novela conocida en occidente y en España fue Que difícil es ser dios,
que narraba el encuentro de la Tierra con una civilización similar en otro
planeta pero atrasada más de 600 años con respecto a nosotros.
En Picnic
extraterrestre, como se tradujo en España Piknik na obochine, nos
encontramos un escenario similar -choque de civilizaciones- pero esta
vez es la civilización terrestre la que recibe a los aliens. La novedad, el
fantástico ambiente que crean, consiste en que estos seres han llegado a la
tierra, en lugares llamados zonas, han permanecido un tiempo, no se han puesto
en contacto con nadie y nadie les ha visto y se han marchado. Pero al marcharse
han dejado multitud de objetos, además de destruir todo lo que estaba en las
zonas originalmente. Estos objetos, que nadie sabe para que sirven, son
estudiados por una organización científica supranacional. Los stalkers son una
especie de recolectores de objetos que actúan en algunas ocasiones de manera
clandestina sacando ilegalmente de las zonas los artefactos.
En esta novela
nos encontramos con una de las viejas ideas de la ciencia ficción como es la de
el encuentro con una artefacto de origen desconocido, en este caso muchos. Un
ejemplo de esta ciencia ficción, y muy conocida, es Pórtico de Frederick
Pohl. Una civilización avanzada había dejado en un asteroide una serie de naves
que llevaban automáticamente a otros mundos. Esa exploración es, en cierta
medida, similar a la de los stalkers. Es posible rastrear la influencia de los
Strugastsky en esta obra posterior, sobre todo en los problemas de los
buscadores de tesoros y de que manera les afectan sus hallazgos. Estas
consecuencias son las que se nos presentan a los lectores como eje de toda la
narración. Se produce la paradoja de que lo que proporciona beneficios
materiales a su vez destroza todo lo que importa. A fin de cuentas es una
crítica muy medida del sistema capitalista, y del sistema soviético porque no
olvidemos que fue escrita en 1972 en plena efervescencia del comunismo de la
URSS.
Originalmente
la novela está escrita en un lenguaje vulgar y con ciertos modismos locales que
hicieron difícil su aceptación en otros países. La nueva traducción de
Gigamesh, obra de Raquel Marqués, soslaya bastante bien estos inconvenientes y
el texto resulta mucho más asequible que la antigua versión en castellano.
Completando la
versión de Gigamesh, Boris Strugatski en las páginas finales hace un recorrido
por la génesis de la novela y sus importantes problemas para ser editada. Al
parecer los hermanos no gozaban de demasiada afinidad en el establishment y la
novela fue tachada de inmoral o mas bien sus personajes de tener una conducta
amoral. Cosas de la censura pacata de la URSS en aquellos tiempos en que al
parecer no podía aparecer la palabra culo, entre otras muchas, en la
literatura.
Les recomiendo
esta obra que es un clásico indiscutible y que ha soportado mejor que bien el
paso del tiempo.
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